Galicia es un país de minifundio. Esto no es un infundio infundado sino una característica secular de la distribución de tierras entre agricultores y propietarios. Como al parecer eso no es bueno, se intenta desde hace mucho tiempo agrupar los terrenos para que produzcan en cantidades rentables y esas cosas. En este caso, la suma de las partes no es mayor que el todo: son más productivas tres hectáreas juntitas que cuatro divididas en dieciséis parcelas de un cuarto de hectárea. Pero Galicia es tradicionalmente un tangram social y geográfico así que el asunto no es fácil. Por eso los polígonos industriales se plantearon desde un principio como una alternativa al minifundio del campo: las empresas podían agruparse en terrenos específicos para ellas y así se evitaba la dispersión y podía haber servicios comunes para todas.


En un loable intento, todos los polígonos industriales se empiezan marcando los terrenos, trazando calles más o menos anchas entre ellos y poniendo unas farolas. Después sólo hay que esperar a que las empresas acudan como moscas a un panal de rica miel y se pongan a producir para construir ese país de progreso que todos desean. Lo que pasa es que, una vez plantadas las farolas, todo se queda ahí. Los accesos a los polígonos pueden ser calles estrechas y atascadas en el entorno urbano o corredoiras asfaltadas por donde no cabe ni un motocarro. En este segundo caso, más rural, es fácil ver de vez en cuando algún trailer gigantesco procedente de Tesalónica atascado entre las ramas de un carballo. Y eso con suerte y contando con que haya un servicio de motosierras cercano para liberar al monstruo. Si, tras dejar su carga, el camión griego intenta salir del polígono y se da de narices con un transporte especial noruego que llega en ese momento, el pifostio está garantizado. Ni palante ni patrás: una reproducción horizontal del mito gallego de la escalera.

Esta accesibilidad minifundista no es patrimonio exclusivo de los polígonos irregulares industriales. A Cidade da Cultura de Monte Gaiás, por ejemplo, va a disponer también de calles y farolas -es de suponer- pero, contenidos aparte, la manera de llevar allí a los miles de extasiados visitantes diarios sigue siendo un misterio. Quizá un teleférico desde las torres del Obradoiro sea una solución, pero ¿qué pasa con los que padecemos vértigo? Habrá que habilitar un sistema de autobuses lanzadera. ¿Y qué pasa entonces si el convoy de autobuses de Tesalónica se da de narices al irse con el convoy noruego que llega? ¿Quién tiene preferencia? Ya está el pifostio del polígono -esta vez irregular y cultural- montado. Estas cosas pasan cuando se empieza la casa por el tejado; y el tejado, poniendo una veleta, artilugio que se inaugura con gran boato y despliegue de medios informativos. Tras cortar la cinta, sólo queda recorrer el alumbrado del recinto para que la prensa y los invitados admiren el diseño de las farolas.

Ya tenemos dos problemas: accesibilidad -¡que se lo digan a los minusválidos!- y minifundio. Es como cuando se inauguró el nuevo edificio del Concello de Vigo, en el que se intentaban integrar todos los servicios municipales. Cuando se terminaron las obras, para allá que se fueron los coches de bomberos, pero el acceso era tan minifundista que se tuvieron que volver a sus antiguas cocheras. De aquella ejercía su cargo casi vitalicio el mítico concejal Leri, descendiente directo de Cachamuíña y abanderado de la proclamación de Vigo como quinta provincia. Aquella pretensión era la ruptura de la cuadratura provincial gallega pero se parecía a la afirmación de Woody Allen: el sexo consentido entre dos adultos es muy bueno pero, entre cinco, es fabuloso. Ahora se crea la figura de un superdelegado de la Xunta (algo así como el Superintendente Vicente de Mortadelo y Filemón) para la ciudad olívica. Si Leri viviera, le llamaría gobernador civil o virrey y diría que es un paso adelante para la creación de un cantón vigués. Si eso va a pasar o no, el tiempo lo dirá. Por ahora, la irregularidad, los accesos (?) y el minifundio del territorio están a salvo. Ah, y las farolas.

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